El pilar Katskhi, la mala suerte suele estar a la vuelta de la esquina.

Mi primera gran nevada en Georgia

Vigésimo noveno relato "Living la vida Georgia" 1 diciembre, 2017

Eran las cinco y media de la tarde y hacia frío. Estaba de pie frente a la ventana mirando a través del cristal. Sabia que quedaban pocos minutos, para que la negrura de la noche cubriera con su manto, la ciudad que tenia en frente. El silencio era abrumador, algo bastante inusual en Georgia. No se escuchaba ni siquiera el viento. Parecía como si aquí, en Kutaisi, frente a las montañas del pequeño Cáucaso, la vida no hubiese existido nunca. Dos niños rompieron la magia del momento al corretear por la calle y dejar sus huellas clavadas en el suelo mientras que yo, absorta, contemplaba la primera gran nevada del año.

Un radiante sol apareció a la mañana siguiente, tomamos la pequeña carretera de Gelati y a través de unos inmaculados campos nevados nos dirigirnos hacia el oeste, para visitar la ciudad de Chiatura, una ciudad minera construida alrededor de una profunda garganta, el monasterio de Mghvimevi, tallado en un acantilado miles de años antes de que llegaran las minas y los soviéticos, y un extraño monolito de roca llamado el pilar Katskhi.

La carretera nos llevó entre montanas agrestes y aldeas inmersas en indómitos paisajes nevados. Tras cruzar lo que nos pareció una autentica ciudad soviética fantasma, Tkibuli y el embalse del mismo nombre, nos encontramos de frente a una enorme columna de piedra caliza de unos cuarenta metros de alto, dominando el pequeño valle fluvial de Katskhura. Si bien se veía que la columna tenia difícil acceso, la iglesia construida en la pequeña superficie superior del pilar nos dejó con bastantes interrogantes.

El pilar Katskhi ha sido venerado por los lugareños y desde tiempos inmemoriales ha estado rodeado de misterios y leyendas. Se decía que la parte superior de la roca estaba conectada por una larga cadena de hierro a la cúpula de la iglesia de la vecina población de Katskhi situada a kilómetro y medio. Un cronista del siglo XVIII documentó la existencia, en un barranco, de un pilar alto con una pequeña iglesia en la cima, en la cual nadie ascendía, porque desconocían cómo hacerlo. Más tarde, en esta cima se encontraron ruinas de una ermita medieval primitiva, los restos de una bodega, varias cuevas y una enorme cruz en relieve. Todo esto socavó la idea de que se trataba de un lugar donde se practicaba el estilismo, una forma de ascetismo extremo. Solo después del ocaso soviético, la actividad religiosa asociada con el pilar, comenzó a revivir restaurándose la iglesia, la antigua muralla y el campanario.

Nos acercamos a la base del pilar, nerviosos ante nuestra convicción, de que podríamos acceder a la iglesia por la enclenque, peligrosa y empinada escalera de hierro que iba desde el suelo hasta la parte superior de la roca, pero nos topamos con un cartel donde se explicaba, claramente, en varios idiomas que el acceso estaba prohibido para el público. Desde abajo admiramos el imponente pilar apenados, pero en cierto modo liberados de la difícil tarea de ascender y quizás lo más peligroso, descender la enorme distancia que nos separaba de la cima.

Todavía no habíamos abandonado el lugar cuando un monje, vestido de negro, con barbas espesas y paso decidido salió desde el monasterio, donde también se nos negaba el paso, y en cuestión de varios minutos, ante nuestro asombro, abrió la trampilla, y sin ningún seguro escaló enérgicamente, con una facilidad espantosa, uno a uno los peldaños de la escuálida escalera. Desde arriba tiró de un cordel y nos cerró la trampilla en las narices.

Luego supimos, que hace algunos meses, la roca era accesible para los visitantes varones. La suerte, tanto la buena como la mala, suele estar a la vuelta de la esquina. Pero no hace visitas a domicilio. Se tiene que ir a por ella.

Y nosotros lo intentamos.

 

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