El país más desconocido de Europa.

El viaje del que nunca se vuelve.

Cuadragésimo primer relato "Living la vida Georgia" 23 marzo, 2018

Cuando comentas que vives y viajas por el sur del Cáucaso y más, concretamente, en Azerbaiyán, el país situado a las orillas del mar Caspio en el que predomina la mayoría musulmana, todo el mundo te tacha de loca, por deambular por una de las zonas más peligrosas del planeta. Creo que, inevitablemente, asociamos estos pequeños países, injustamente, con la idea que nos hemos formado de las regiónes vecinas del norte Chechenia o el Dagestán, donde imaginamos a feroces montañeses y fanáticos religiosos armados hasta los dientes que perfumandose con cantidades industriales de vodka, aterrorizan a quienes se interponen en su camino.

Desde pequeña siento fascinación por los mapas y los viajes. Cuando tengo un mapa delante me gusta mirarlo detenidamente mientras mi imaginación lo llena con toda la información que he ido acumulando con películas, libros, y relatos de otros viajeros. La primera vez que decidí venir al Cáucaso, me di cuenta que sobre Georgia y Armenia mi atlas mental tenía ya pequeños detalles pero sobre Azerbaiyán no sabía que poner. El mapa estaba completamente vacío.

Cuando llegué a la tierra del petróleo empecé a llenar el mapa imaginario de este recóndito y desconocido país, que no sabe si está en Europa o en Asia, con la enorme hospitalidad de las gentes que es incluso más memorable que sus atracciones turísticas, con más invitaciones a tomar te o vodka que tiempo para honrarlas, con paisajes desérticos que quitan el hipo, con atardeceres mágicos pintados de todos los colores, con paredes donde petroglifos antiquísimos atestiguan que la zona ha estado habitada desde la noche de los tiempos, con asombrosos y burbujeantes volcanes de barro, con pozos petrolíferos que justo al lado de la loca capital, Baku, continúan con su eterno vaivén sacando a la superficie el precioso oro negro, con majestuosas montañas envueltas en nieves perpetuas, con verdes y exuberantes bosques, con llameantes rocas que por resquicios dejan emanar gas a la superficie y al contacto con el aire se enciende formando un espectáculo que ya encandiló al mismo Marco Polo, con gente saliendo de su camino para orientarte con enormes ganas de comunicar aunque no sepan tu idioma y con uno de los países más seguros y amables que me ha brindado la vida.

Quiero volver a viajar al país del fuego siempre y todas las veces que sean necesarias para que mis pensamientos descansen en los contrastes de sus mezquitas, sus palacios y sus lujuriosos edificios en forma de llama ardiente para volver a enamorarme de la vida, esa vida que transcurre, maravillosamente, ahí fuera cuando decidimos salir a buscarla, cuando nos dejamos emocionar por los detalles que acarician suavemente el corazón, cuando soltamos amarras y sacamos esa niña que llevamos dentro, y que si la sabemos escuchar, nos lleva de la mano a donde uno quiere y nó, a donde uno debe estar.

Hay ciertos viajes que nó sabes porqué, pero que se agarran más que otros, y que permanecen enganchados en nosotros.

Este es, sin duda, uno de los viajes de los que nunca se vuelve.

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