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Justo en el mismo momento en que mi madre, hermana y sobrina decidieron visitar la región de Borgoña , nosotros nos encontrabamos en la región de Kakheti. La casualidad quiso que la misma semana, visitáramos dos regiones, alejadas miles de kilómetros entre si, pero vinculadas, inevitablemente, a una cosa en común: Los viñedos. A Kakheti, con unas tierras tan antiguas como el vino, llegamos a finales de octubre apenas acabada la vendimia, en ese preciso momento, en que los campos se visten con tonos ocres y amarillentos, y ya empieza a hacer un poco de frío. Mientras que mi familia visitaba, viejos castillos y sensacionales abadías, rodeadas de viñedos, nosotros nos adentrabamos en estos fértiles valles visitando espectaculares iglesias y encantadores pueblos, en busca de las mejores Churchkhelas.
Las Churchkhelas son unos exquisitos dulces en forma de velas o salchichas que se pueden encontrar en Georgia, en casi cualquier esquina. Adorables babushkas colocan las nueces, recién partidas, en una cuerda para luego sumergirlas en un jugo de uva espesado con harina, que más tarde secan al sol. Después de recorrer bastantes kilómetros en la enigmática Kakheti, comenzamos a ascender una colina, desde donde se divisaban unos espectaculares viñedos, por una carretera llena de socavones y que serpenteando, nos llevó hasta la pintoresca Sighnaghi.
Sighnaghi en turco significa "El refugio" y pronto entendimos el porqué, ya que al continuar por la estrecha carretera y cruzar un arco de piedra, nos vimos inmersos dentro de una colosal fortaleza, que daba cabida a varios miles de refugiados en tiempos de guerra, gracias a una larguísima muralla, flanqueada por 28 impresionantes torres defensivas. En el centro de la fortaleza, apareció ante nuestros ojos, un pequeño pueblo que conserva casi la misma forma arquitectónica con la que fue construido hace tres siglos. Sighnaghi desprendía un aroma latino con todas sus casas con tejados rojos, luciendo al sol, apiñadas alrededor de una iglesia, como suspendido en la roca, dominando desde arriba la imponente llanura de Alazani. Como telón de fondo aparecieron las enormes montanas nevadas del gran Cáucaso, montañas desde las cuales los avaros procedentes del vecino Daguestán llevaban a cabo innumerables incursiones, saqueando e incendiando los pueblos georgianos.
Llegamos al pequeño bazar del pueblo y allí entre plásticos, un amable señor, ya entrado en años, nos dió a probar una deliciosa Churchkhela. Las nueces estaban tiernas y el rojo mosto que las cubrían, era una delicia. Un revuelo en todo el mercado se produjo, desde los puestos vecinos nos increpaban para que probásemos otras sin saber que ya habíamos claudicado y que había sido esa, la que nos había cautivado. La comunicación trascendió sin problemas ya que no solo concluimos el negocio sino que milagrosamente entendimos, perfectamente, como el señor nos relató como por su valor calórico, los guerreros georgianos las llevaban con ellos a las batallas.
Nos despedimos con esa sensación de llevarnos, de un lugar extraño, algo más Churchkhelas. Dentro de ese preciado dulce iba un trocito de la vida, de la afabilidad y de la bonanza de ese señor, que compartió su peculiar comida con nosotros. Como guiño del destino, una foto de mi familia degustando un buen "Boeuf Bourguignon" en un restaurante reputado, nos llegó. Nos hizo sonreír, ya que veíamos como cada región ponía de manifiesto su creatividad culinaria, para deleitarnos a su manera, haciéndonos disfrutar con otro sentido distinto al que casi siempre en los viajes solemos complacer primero, la vista.
Queramos o no, viajamos y aprehendemos la realidad con los cinco sentidos. Es muy bonito cerrar los ojos y embarcarse en aventuras sensoriales y recordar todo aquello que ha sido reparador para la mente, el cuerpo y el alma.
Si puedes desafía a tus sentidos. Seguro que no te defraudaran.