Pesadilla en el desierto de Azerbaiyán.

Las huestes iraníes y los monjes ascetas de David Gareja.

Vigésimo quinto post "Living la vida Georgia" 3 noviembre, 2017

A David Gareja, llegamos con los últimos rayos de luz de una tarde del mes de octubre. Tras un largo camino, decidimos parar un poco antes, ya que un enorme zorro se cruzó en nuestro camino. Al zorro le perdimos la pista, pero desde esa situación, rodeados por una multitud de madrigueras o nidos de serpientes, pudimos apreciar mejor las amplias llanuras, exentas de vegetación, del vecino Azerbaiyán, y en la cima, el monasterio de Lavra. Nos acercamos y un monje, con un enorme y fiero perro que le seguía, nos recibió. Sus grandes ojos azules, junto con su espesa barba ocupaban la casi totalidad de su cara. El monasterio contaba con tres niveles. Entramos directamente al segundo por una enorme puerta decorada con relieves que ilustraban la vida de los monjes y su armonía con la naturaleza. Pasamos al lado de una iglesia con su campanario, y descendimos al patio central desde donde se podían ver varias cuevas escavadas en la roca y otra iglesia, también ganada a las entrañas de la tierra, donde se disponía la tumba del mismo David Gareja, junto a varios iconos. En aquel solemne y tenebroso escenario, el monje, con una voz áspera, nos relató la historia de este monasterio.

En el siglo VI la parte oriental de Georgia estaba bajo el dominio de los persas, que entonces eran de religión zoroastra. Los persas trataban de imponer su religión por sus dominios a la fuerza. David Gareja fue uno de los trece monjes devotos que llegaron a esta zona desde Siria para predicar y fortalecer la fe cristiana entre los georgianos. Estos monjes vivían en soledad, en cuevas excavadas a mano en las rocas, guardaban ayuno, oraban, predicaban la palabra de Jesús y se les tenia por santos. David Gareja atrajo a muchos discípulos y el desierto se convirtió en un gran monasterio. Mas tarde, a mediados de la Edad Media en Gareja había 24 monasterios en los que oraban varios miles de monjes.

Tras saquear y devastar los parajes de Kakheti, el Sha Abas I de Irán quiso descansar y disfrutar de una cacería cerca del complejo de monasterios de Gareja. Al caer la noche decidió acampar allí mismo con sus jinetes y cazadores. A medianoche, cuando iba a dormir en su tienda, el Sha vio unos fuegos intermitentes en las cercanas montañas rocosas y pensó que era un fantasma. Envió a sus espías y al regresar al campamento, le dijeron que eran monjes cristianos residentes en estas montañas celebrando la Resurrección de Cristo, caminando alrededor de las iglesias llevando velas encendidas. El Sha se enfadó y mandó masacrar a todos los monjes que allí estaban.

Cuando las huestes iraníes llegaron, la misa de pascua no había acabado. Los monjes, con velas encendidas, estaban entonando sus cánticos. Las tropas sitiaron el lugar, el abad del monasterio, el padre Arsenio salió a encontrar al jefe de los invasores y le pidió que diera permiso para que los monjes pudiesen completar la liturgia pascual. Después de una breve conversación, llegaron a un acuerdo. Los monjes recibieron la Sagrada Comunión y salieron a encontrarse con la muerte. Los iraníes decapitaron primero al abad y luego, a todos los monjes con las espadas, saquearon e incendiaron los monasterios, destrozando los altares, las cruces y los iconos. Ningún monje intentó huir para salvarse de la muerte y aquella noche más de 6000 monjes murieron descuartizados por las espadas persas.

Cincuenta años después, el rey Archil II de Kakheti se ocupó de restaurar los monasterios destruidos por los iraníes. Recogieron los huesos de los monjes asesinados y los colocaron dentro de la iglesia de San Juan el Bautista.

Sin más acabó su historia, nos indicó el camino para ir al monasterio de Updano al día siguiente y despidiéndose nos dejó en la espesura de la noche. La noche fue larga, con nuestra mente aturdida con tales historias, decidimos dormir dentro de la caravana, en lo alto de la colina, justo al lado del monasterio. Mientras me adormecía, mi mente no paraba de vagar entre esas arrinconadas, viejas y descoloridas revistas que había en un armario, en mi primera casa. Todo lo que el monje nos había contado parecía sacado de los tebeos de "Vidas Ejemplares" , esos cómics para niños que contaban historias de santos y de mártires, y que en mi casa leíamos cuando éramos niños. Casi podía oler esas viejas revistas húmedas y ver esa caligrafía decididamente artística, con el antiguo nombre del propietario de tan preciado tesoro.

Dormimos zarandeados por el viento, en una angustiosa pesadilla pude ver como en aquellas revistas, aparecían horribles jinetes iraníes cargando sobre monjes ascetas. Atormentada por mis sueños, súbitamente me desperté. No fue en vano, ya que por la ventana pude ver un bonito amanecer sobre las áridas y hermosas tierras de Azerbaiyán.

Nunca hay mal que por bien no venga.