Stalin, el Último Zar.

Gori, la ciudad que todavía venera a Stalin.

Vigésimo cuarto relato"Living la vida Georgia" 13 octubre, 2017

Una de mis asignaturas preferidas cuando iba a la escuela era Ciencias Sociales. Todavía recuerdo vivamente a la profesora, Sor Rosario, a la cual apodábamos con un mote, que no voy a decir aquí, ya que como todos ellos, era bastante cruel. Con una regla y el bolígrafo de 4 colores, hacía que subrayásemos las partes importantes de la lección, para aprenderlas de memoria. Cuando nos portábamos mal, nos castigaba, haciendo que escribiésemos, en el cuaderno apaisado de dos renglones, dependiendo de su humor, 25 o 40 proposiciones. El castigo supremo era privarnos de oír como tocaba la Melódica, un instrumento intermedio entre el acordeón y la armónica, sin saber que lo que más nos gustaba a todos los alumnos, sin excepción, era cada vez que sacudía la boquilla del instrumento, llena de saliva.

Una tarde, mientras explicaba la segunda guerra mundial, recuerdo que la cara de la monja cambió totalmente de expresión, cuando nos indicó pasar la hoja del libro. Allí apareció una foto de la conferencia de Yalta, en la que Roosevelt, Churchil y Stalin aparecían después de hablar de la reorganización de la posguerra en Europa. La monja nos hizo doblar la esquina derecha de la pagina, para que ocultásemos la sonrisa de Stalin y nos dijo que "El hombre de acero", como el mismo se autodenominaba, era el mismo demonio.

Stalin nació y fue al colegio, posiblemente, en la ciudad más fea de toda Georgia, en Gori a 80 kilómetros al oeste de Tbilisi. Fuimos a visitar esta polvorienta ciudad y en un edificio, con ciertos aires de iglesia, pudimos apreciar, su único atractivo, un museo dedicado al hombre que industrializó y que cruelmente gobernó, el país más grande de la tierra, durante un cuarto de siglo.

En este museo, que no busca explicar toda la verdad, sobre esta figura clave de la historia mundial del siglo XX, pudimos ver como el tiempo había desgastado las moquetas, congelando el resto, dejando la decoración en igual estado, que cuando se abrió en 1957. Junto al texto del testamento político de Lenin, el cual describía a Stalin como demasiado rudo y hambriento de poder, apareció, exactamente, la misma foto que había horrorizado a Sor Rosario años atrás.

El elegante vagón, a prueba de balas, del tren en el que Stalin viajó a la Conferencia de Yalta también estaba allí, al igual que la pequeña casa de madera y ladrillos de barro, donde los padres de Stalin vivieron durante los primeros cuatro años de su vida. También pudimos ver una reproducción de su primer despacho en el Kremlin y una habitación ovalada, adornada con columnas blancas, con la misma roída moqueta roja, presentando una copia de bronce de la misteriosa máscara mortuoria de Stalin, quien murió solo, victima de su propio terror. Tras una discusión, se encerró en su habitación, donde nadie se atrevió a entrar, hasta que su mayordomo lo encontró en el suelo, 24 horas más tarde de haber sufrido un ataque cerebrovascular.

Su entierro fue multitudinario, millones de rusos lloraron la muerte de uno de los mayores tiranos del siglo, un hombre que presa de una paranoia atroz, había ordenado matar a muchos de sus amigos, vecinos y familiares. Ellos habían visto como un antiguo bolchevique, lideró el triunfo soviético sobre los alemanes, mantuvo durante la posguerra el control, de un sector de Berlín y los países de Europa del Este, construyendo un pais poderoso lleno de universidades. En un tiempo récord, habían visto a la URSS, pasar de una economía rural y campesina, a una gran potencia industrial con armas atómicas. Lamentaron su muerte amargamente, porque reconocian que Stalin les había conducido a la cima, pagando un precio muy alto en vidas y privaciones, gobernándoles con mano dura y despóticamente como si se tratase del último de los Zares rusos, que el mismo había odiado tanto.

A pesar de que su despiadada policía secreta aterrorizó y masacró a la población soviética desde fines de la década de 1920, hasta su muerte en 1953, todavía tiene algunos admiradores en Georgia. Cuando el gobierno georgiano, finalmente, decidió quitar la gran estatua de Stalin de la plaza central de Gori en 2010, lo hicieron de noche, con la policía custodiando la plaza. Desde entonces, varias veces se ha pedido que se reinstale y hay quienes todavía lo adoran.

Estoy segura de que Sor Rosario, cuanto menos, se volvería a horrorizar si viese todas las efigies, del que ella denominaba el demonio, luciendo en relojes, mecheros, camisetas, tazas y demás merchandising. Tambien creo que si Stalin se levantase de su tumba y viese como el capitalismo ha llegado hasta Gori y se aprovecha de su marca para vender a los turistas, un souvenir con su cara, posiblemente se volvería a morir o nos fusilaba a todos.

Quién sabe.