Castillos en la niebla

7 minutos de gloria en la fortaleza de Khikhani.

Decimoctavo relato "Living la vida Georgia" 1 de septiembre, 2017

Cuando yo era pequeña, mi madre se leyó la novela de Verne, "Miguel Strogoff". Recuerdo como le impresionó tal lectura y como, todos mis hermanos y yo, hacíamos fuerza, para que Miguel llegase al otro lado de Siberia, mientras nuestra madre, nos relataba las aventuras a las cuales se exponía el susodicho, para advertir, al hermano del zar, de los planes del traidor Ogaref. Los libros de Salgari, que nos traía mi tío, ocupaban mis veranos y me hacían viajar a lugares lejanos, selvas, mares, montañas y ciudades inventadas. No sé, si el hecho de leerme, más de 10 veces, "La Isla del Tesoro", o emocionarme con "Los Goonies", "La Princesa Prometida" o "Willow", ha forjado mi carácter pero ahora, que estoy en Georgia, me doy cuenta que la niña de 10 años que yo era, hubiera dado, un ojo y parte del otro, para poder ver, tan solo la mitad, de lo que estoy viendo aquí. Le hubiese encantado acampar junto a montañas enormes, ríos helados o glaciares perdidos y sobre todo, como sacado de un libro de "Los cinco" de Enid Blyton, vivir una aventura, yendo en busca de la olvidada fortaleza de Khikhani.

Desde Batumi, decidimos dejarnos sorprender por la región de Khulo y sus mezquitas de influencia otomana, en el interior de Adjara. Tras visitar el antiguo puente arqueado de piedra, sobre el rio Machakhela, nos planteamos dos opciones, la más loca era la de llegar a la fortaleza de Khikhani, al lado de la frontera turca, por una carretera sin asfaltar, larga y tortuosa, así que sin meditarlo mucho continuamos por el valle maravillándonos con las exuberantes colinas, que se forman desde la costa y que se convierten en altos picos superando tres mil metros tierra adentro.

Decidimos hacer a pie los últimos kilómetros, nos abrigamos y comenzamos una caminata, siguiendo los confusos y contradictorios carteles, que nos conducían a nuestro destino. Tras una curva, apareció una torre de control, donde unos prismáticos nos observaban. Dos curvas más tarde, varios militares, con metralletas en mano, nos cortaron el paso. Después del susto inicial, con algunas palabras en ruso y en georgiano logramos comunicarnos, les indicamos que nos dirigíamos a Khikhani, nos señalaron el camino y nos advirtieron de lo escarpado y duro que era el ultimo tramo.

Una fina lluvia empezó a calarnos, la niebla ocultaba las impresionantes rocas rojas del fondo, mientras que el sendero nos conducía a la cresta meridional, el único acceso que tiene la fortaleza. La vegetación empezó a ser frondosa, mi imaginación asociaba estos bosques con los de Borneo o cualquier otro lugar donde Salgari hubiese podido ubicar a alguno de sus personajes, la pendiente comenzó a ser extenuante, la niebla se espesaba por momentos, ayudándonos a no ver la pendiente y sentir vértigo. Los altos arboles en la escarpada pendiente se elevaban hacia el cielo y nos hacían parecer diminutos, las escaleras de madera y varios pasos, donde literalmente escalamos con las manos, no nos daban tregua y cuando ya estábamos valorando la posibilidad de retroceder, ante lo tarde que se habia hecho y todos los impedimentos que nos sacudían, vimos los primeros restos de ruinas y la primera torre.

La emoción fue mayúscula, el corazón nos latía en la boca, ni el mismísimo MachuPichu o la ciudad de Petra me han causado algo parecido, la ausencia de turistas, el esfuerzo que supone llegar hasta allí, las inclemencias del tiempo y la sensación de urgencia, ante el inminente peligro que supone estar allí y el regresar sano y salvo, nos hizo contemplar aquella fortaleza como una fascinante aventura. La niña de 10 años que todavía palpita en mi, me empujó y me alentó, para que tuviese cuidado y guardara todo aquello en mi mente agradeciéndome, que la sacase de su escondrijo y le obsequiara, no con las vistas, ya que la niebla cubría todo, sino con unas emociones con la cuales ella siempre había soñado.

Llegamos de noche al coche, cansados pero contentos con la satisfacción de haber aprovechado un día de nuestras vidas.

Internet sin rezarle provee. Lo que nos perdimos, en Youtube se encuentra, lo que ganamos, decididamente no.