Luisa se llamaba la enfermera que nos recibió en el "sanatorium". Con dos besos y un abrazo recibió a Renato y con una amplia sonrisa se dirigió hacia nosotros y, en un par de minutos, nos relato las bondades de la balneoterapia para las enfermedades de todo tipo.
Nuestro amigo había querido que nos diésemos, un baño y un masaje, en el Spa de Stalin. La rectitud de la fachada exterior incluía un friso del georgiano, que fue secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la antigua Unión Soviética y contrastaba con la magnifica y lujosa entrada, adornada con columnas y un espectacular suelo de mármol.
Luisa movía las manos mientras corroboraba, en un inglés casi perfecto, todas las afirmaciones que nuestro amigo refería. Renato nos narró como Khrushchev y Stalin, y los altos mandatarios llegaban a través de la puerta trasera, e iban directamente a la burbujeante y caliente piscina, donde entre beluga, caviar, Champagne y siniestras conversaciones, chapoteaban. Luego, directamente de la piscina, se sentaban en suaves sillas de cuero, envueltos en blancas e impolutas toallas, y se relajaban.
A la salida, después de un glorioso baño, nos percatamos que un panel antiguo, en desuso, había indicado mediante luces cuando salían los autobuses que conectaban con los multiples sanatorios que en la era Soviética se daban cita en Tskhaltubo.
Decidimos ir a verlos. Encontramos la mayoria en ruinas, ocultos entre la vegetacion en las entrañas del parque, prohibidos y cubiertos de, polvo y silencio, evidenciando sus antiguas glorias, sus miedos ya aplacados y sus valores ya perdidos, con un estado de dejadez más que obvia.
Los edificios abandonados nos atraían como imanes, al acercarnos podíamos casi palpar todos los fantasmas que han quedado atrapados en estos inmensos y post-apocalípticos balnearios. Estaba oscureciendo. Parecía como que si, nos quedásemos más tiempo, pronto oiríamos, la música de orquesta, las risas y los bailes de antaño, o sentiríamos un toque frio repentino en la espalda.
Así que nos fuimos. Renato todavía tenía que dar un ultimo detalle. Desde el coche nos señaló algunos sanatorios que se han utilizado para albergar a muchos refugiados, desplazados de sus hogares por conflictos étnicos en Abjasia. La ropa tendida, evidenciando la ocupación, unida a la arquitectura vieja y en decadencia sacudieron mi conciencia.
Aquí en Tskhaltubo se vive, en primera persona, la dura resaca de un sueño que la mayor parte de la población tuvo: construir una sociedad justa y sin clases sociales, el reverso de la moneda es que se hizo en un ambiente de privaciones, desigualdades e injusticias que no han hecho más que empeorar con el tiempo.
Los fantasmas de Tskhaltubo te hablan. Solo hay que parar y escucharles.