En el justo momento, en que las primeras gotas empezaron a caer, me encontraba paseando por la calle Rustaveli. Así que puedo decir que fue la lluvia, la que me empujó, a entrar en la National Gallery. La tormenta, tenía toda la pinta, que iba a durar bastante, por lo que decidí ocuparme varias horas viendo el museo. No sabía bien lo que me esperaba, pero me imaginé una tarde apacible, como otras tantas, que he pasado en el Louvre o en el Prado.
Mi decepción inicial fue enorme, al darme cuenta del tamaño del edifico, unas pocas salas y una tienda de souvenirs componían la galería. Maldije mi suerte y me sentí decepcionada, hasta que entré en la sala, donde se exponían las obras de un tal Pirosmani.
Los cuadros de Pirosmani, me impresionaron tanto como su vida, la cual pasó siempre en la pobreza. Nació en la aldea georgiana de Mirzaani, en el seno de una familia campesina, en la provincia de Kakheti. Más tarde quedó huérfano y se quedó bajo el cuidado de sus dos hermanas, trabajó como pastor y, poco a poco, aprendió a pintar.
A pesar de que sus pinturas lograron cierta popularidad local, ganarse la vida con trabajos anodinos, como encalar fachadas o pintar casas, siempre fue una necesidad, por lo que no pudo dedicarse, en cuerpo y alma, a su obra. Uno de los cuadros, que le hicieron entrar por la puerta grande en la historia del arte fue, sin duda, el de Margarita.
El pintor se sintió fascinado por Margarita, una joven bailarina francesa que llegó a Tbilisi en 1905. Se cuenta, que el pintor la conquistó, al regalarle doscientas rosas rojas, que esparció a su paso. La joven bailarina, no tardó en descubrir, que la cartera de su amante estaba vacía, por lo que le abandonó, marchandose a París, dejándole en la más absoluta desesperación, en medio de una gran angustia y tristeza.
La obra de Pirosmani, durante su vida, nunca tuvo reconocimiento. En 1918 sin tener nada que llevarse a la boca, murió de desnutrición e insuficiencia hepática, sin saber, que se convertiría, en el artista más caro de la historia georgiana, cuando el ex primer ministro de Georgia, Ivanishvili, pagó un millon y medio de dólares, al adquirir un cuadro suyo en una subasta internacional, que mas tarde donó al museo nacional.
Aunque a todos nos cueste aceptarlo, quizás debemos rendirnos ante la evidencia y concluir que Margarita tuvo que abandonar a Pirosmani, para que este se convirtiera, en el gran pintor que fue. Margarita, probablemente, se tiene que estar revolviendo en su tumba, solo de pensar, que nunca se llevó ninguno de sus cuadros.